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   Sermones Expositivos - Rut, Efesios, Santiago, 1 Juan
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"Si alguno anhela obispado, buena obra desea." 1 Timoteo 3:1

 
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GUIAS PARA EL ENTENDIMIENT DE LAS ESCRITURAS por J. VERNON McGEE

Traducción al español: Juanita de Coots CADENA DE RADIOEMISORAS A TRAVES DE LA BIBLIA Apartado: 4258 Puerto La Cruz — Venezuela

INTRODUCCION ¿ES IMPORTANTE LA BIBLIA?

Sin duda la Biblia es el libro que ha sufrido más difamación que cual­quier otro libro que haya sido escrito. Sin embargo ha ministrado y sigue ministrando a millones de personas por todo el globo y viene haciéndolo ya por unos mil años. Un libro de esta índole y que lleva un impacto tan tremendo sobre la raza humana ciertamente merece la consideración inte­ligente de ambos hombres y mujeres.

Cuando estaba moribundo el Sr. Walter Scott, le dijo al secretario, “Tráeme el libro”. El secretario pareció estar algo confundido y miró al estante, el cual contenía los libros que Walter Scott había escrito y se pre­guntó cuál de ellos el Sr. Scott intentó que le llevara. De modo que le preguntó, “¿cuál libro?” Se dice que Walter Scott le respondió, “La Biblia. Hay un sólo libro para un hombre cuando le llega la hora de la muerte”. Es el libro para cualquier hombre que esté moribundo, pero también es el libro para el hombre vivo. Muchas personas tienen interés en la Biblia solamente cuando se hallen en grandes dificultades. Es maravilloso tener un libro en el estante al cual acudir en un tiempo así, pero también es un libro que sirve para la energía completa de la vida. Es un libro con que podemos hacer frente a la vida hoy en día, y es el libro que enseña la única ruta segura a seguir por este mundo y al próximo. Es el único libro que nos hace capaces de hacer frente a las emergencias y que suaviza los golpes de la vida que nos llegan. La Biblia es diferente de cualquier otro libro.

Este es un libro que ha influido a grandes hombres, los cuales en su turno han tenido una influencia sobre el mundo. Permítanme participarles unas declaraciones de unos grandes hombres.

Había un príncipe africano que llegó a Inglaterra y se le presentaron a su majestad la reina Victoria. El príncipe le hizo una pregunta muy significante, “¿Cuál es el secreto de la grandeza de Inglaterra ?“ La reina presentó al príncipe una Biblia bellamente encuadernada, y le declaró “Esta es el secreto de la grandeza de Inglaterra.” Me pregunto, mis amigos, si la decadencia de Inglaterra a una nación de segunda clase, y de una calidad muy inferior, pudiera haber sido el resultado de abandonar la Palabra de Dios.

Gladstone, que era primer ministro y uno de los más grandes pensadores jurídicos que la Gran Bretaña ha producido, dijo: “¡Hable de las cuestiones del día! no hay sino una sola cuestión, y es el Evangelio que puede y sí lo remediará todo. Me da gusto decir que casi todos los hombres de primer rango en la Gran Bretaña profesan ser cristianos”. Ahora, eso fue allá por el siglo diecinueve. Gladstone continúa diciendo, “Hace cin­cuenta y ocho años que sirvo de funcionario público. He pasado todos menos once años en el gabinete del gobierno británico. Durante aquellos cuarenta y siete años me he asociado con sesenta de los peritos del siglo, y todos menos cinco eran cristianos.” Creo que una parte del problema que tenemos en el mundo hoy en día es que existen muy pocos cristianos que se encuentran de primer rango hoy. Por eso, hay muy pocos que co­nocen la Palabra de Dios.

Michael Faraday, uno de los más grandes experimentadores científi­cos del siglo diecinueve, declaró: “¿Por qué se extraviarán los hombres cuando tienen este bendito libro de Dios para guiarlos?” El científico del siglo anterior, el señor Isaac Newton dijo: “Si la Biblia es la verdad, los días llegarán cuando los hombres viajarán en una velocidad de 50 millas por hora.” Y Voltaire, el escéptico de aquel entonces, comentó, “El pobre Isaac. Estaba en su chochera cuando hizo esa profecía. Sólo sirve para mostrar el efecto que produce un estudio bib1ico sobre un científico”.

Pueda ser de interés notar lo que unos de los primeros presidentes de los Estados Unidos dijeron acerca de la Biblia. Juan Adams, el segundo presidente, dijo, “La he examinado toda (es decir, todas las Escrituras), tanto como mi esfera limitada, mis medios enderezados, y mi vida activa me la dejan examinar, y hallo como resultado que la Biblia es el mejor libro en el mundo. Contiene más de mi poca filosofía que todas las biblio­tecas que he visto, y las partes de ella que no puedo reconciliar con esa poca filosofía, las aplazo para una investigación futura.” Luego, otro presidente, Juan Quincy Adams, dijo, “Hablo como un hombre del mundo a los hombres del mundo, y les digo: Escudriñad las Escrituras. La Biblia es un libro sobre todos los otros para ser leído en todas las edades y en todas las condiciones de la vida humana; no para ser leído una o dos veces y luego ser puesto a un lado, mas es de ser leído en porciones pequeñas de uno o dos capítulos cada día.” Estos hombres servían de presidentes en los días cuando la América del Norte gozó de ser una gran nación. No nos comprometieron en las guerras extrañas y les fue posible resolver los problemas de la calle. Alguien dirá que los problemas de aquel entonces no fueron tan complicados como los de hoy en día. Mi amigo, sí fueron complicados para aquel entonces. No solamente en Inglaterra, sino también en los Estados Unidos han abandonado la Palabra de Dios y por lo más lejos que desviamos, lo más complicado llega a ser el problema. Y, es por eso que enseño la Palabra de Dios en su totalidad. Yo creo que esa es la única resolución, y francamente, mis amigos, más vale volvernos a la Pa­labra de Dios.

Otro presidente, Tomás Jefferson dijo lo siguiente en cuanto a la Biblia, “Siempre he dicho, y seguiré diciendo, que la lectura cuidadosa del Sagrado Volumen nos hará ciudadanos, esposos y padres de los mejores.” Eso es algo en que podemos pensar hoy día cuando unos ciuda­danos están quemando las ciudades en que vivimos, y el aumento propor­cional del divorcio corre a rienda suelta.

Daniel Webster declaró: “Si hay alguna cosa en mi estilo o pensa­miento que sea de alabanza, el encomio se debe a mis amables padres por infundirme desde temprano un amor para las Escrituras.” ¿Qué les parece hoy?, padres cristianos, ¿Están levantando a un Webster en el hogar? o, ¿Están levantando a un ‘hippy’ pequeño? Webster también dijo, “La he leído toda muchas veces. Ahora tengo la costumbre de atravesarla una vez al año. Es el libro de todos los otros para abogados tanto como para minis­tros. Le compadezco al hombre que no puede hallar en ello un abasto rico de pensamiento, y reglas para la conducta.”

EL LIBRO DE LIBROS

Nacida en el oriente y vestida de forma e imaginación oriental, la Biblia anda por todo el mundo con pies familiares, y entra en tierra tras tierra para hallar la suya en todas partes. Se ha apren­dido hablar al corazón del hombre en centenares de idiomas. Llega al palacio para decirle al monarca que es un siervo del Altísimo, y luego entra en la casa de campo para asegurarle al campesino que él es un hijo de Dios. Niños escuchan su relato con admiración y encanto, y sabios la consideran ser parábola de luz. Contiene una palabra de paz en la hora de peligro, una palabra de consuelo en el tiempo de cala­midad, y palabra de luz en la hora más obscura. Sus oráculos se repiten en la asamblea del pueblo; su consejo se susurra en el oído del solitario. A los perversos y orgullosos les hacen temblar sus amones­taciones, mas a los heridos y contritos les resuena como voz de madre. El desierto y lugar solitario han sido alegrados por ella, y el fuego del hogar ha alumbrado la lectura de sus páginas bien hojeadas. Se ha pasado lentamente a nuestros sueños más preciosos para que el amor, la amistad, la memoria y esperanza, la simpatía y devoción se vistan de la ropa más bella de su lenguaje atesorado que respira incienso y mirra. ¡La Biblia! ¡La Palabra de Dios!

Autor Desconocido

¿ES EXCEPCIONAL LA BIBLIA?

La Biblia es un libro único por muchos lados. Es muy excepcional en que tiene una calidad doble de autor. En otras palabras, Dios es el autor de la Biblia, y a la vez hombres son los autores de ella. En realidad, la Biblia fue escrita por unos 40 autores durante un período de aproxima­damente 1.500 años. Unos de estos hombres nunca oyeron decir de los demás, y no hubo ninguna colusión entre los 40. Dos, o tres pudieran ha­berse juntado para ponerse de acuerdo, pero a los demás no les fue nada posible. Y sin embargo, han presentado un libro que tiene una continuidad más maravillosa que cualquier otro libro que haya sido escrito. También queda sin error. Cada autor expresaba sus propios sentimientos en su propia época. Cada uno tenía sus limitaciones e imperfecciones, y cometie­ron errores. El pobre Moisés sí cometía errores, pero cuando Moisés escri­bió el Pentateuco, por una razón u otra, no escribió ni una declaración errada. No ven, que es un libro humano y todavía un libro divino.

Es un libro muy humano, escrito por hombres de todas ocupaciones. Entre ellos había un príncipe y un pobre; había uno muy intelectual, y también uno muy sencillo. Por ejemplo, el doctor Lucas escribe un griego casi clásico y maravilloso en una época cuando era muy popular hablar el griego Koiné. Pero Simón Pedro escribió algo en griego también. Era pescador y su griego no era tan bueno, mas Dios el Espíritu Santo usó a ambos hombres. Dejó que expresaran sus pensamientos, sus emociones, y sin embargo por aquel método el Espíritu de Dios dominaba de tal manera que Dios dijo exactamente lo que quería decir. Aquella es la maravilla del libro, la Biblia.

Es un libro divino. En la Biblia, Dios dice unas 2.500 veces, “Así dijo el Señor” o, “La Palabra del Señor vino sobre mi” o, “Así ha dicho Jeho­vá”. Dios lo ha hecho muy claro que habla por medio de este libro. Es un libro que puede comunicarles la vida. Aún pueden llegar a ser hijos de Dios, “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” Es la comu­nicación de Dios al hombre. Si Dios hablara del cielo ahora mismo, se repetiría porque ya ha dicho todo lo que quiere decir a esta generación. A propósito, Dios no aprendió nada de nuevo cuando leyó el periódico de hoy. Y cuando el hombre llegó a la luna, no descubrió nada que Dios ya no sabía cuando nos dio la Palabra de Dios. Es el mismo Dios que creó el uni­verso en que vivimos hoy día.

La Biblia es divina y humana. De un lado es como mi Señor, el cual caminaba en la tierra y se cansaba, y se sentó junto al pozo. Aunque era Dios, también era hombre. Hablaba con personas acá en la tierra y se co­municó con ellas. Este es un libro que comunica. Habla a la humanidad hoy en día. La Biblia es para los hombres tales como son.

La Biblia es un corredor entre dos eternidades por el cual anda el Cristo de Dios. Sus pasos invisibles resuenan por el Antiguo Testa­mento, mas le conocemos cara a cara en la sala del trono en el Nuevo Testamento. Y es sólo por Cristo que fue crucificado por mí que he encontrado el perdón de pecado y la vida eterna. Se resume el Antiguo Testamento en la palabra CRISTO. Se resume el Nuevo Testa­mento en la palabra JESUS, y el resumen de la Biblia entera es que JESUS ES EL CRISTO.

Obispo Pollock

¿COMO SE SABE QUE LA BIBLIA ES DE DIOS?

¿Cómo se sabe que la Biblia es de Dios? Esta es una buena pregunta, y digna de ser no sólo hecha sino también de ser contestada.

1.            LA PRESERVACION —Una de las pruebas objetivas, una de las pruebas externas, ha sido la preservación maravillosa de la Biblia. Había un rey de tiempos pasados —leemos acerca de él en Jeremías— el cual, cuando le enviaron la Palabra, tomó un cortaplumas y la cortó en pedazos. Pero, la escribieron de nuevo, y tenemos aquella Palabra hoy día. Hoy en día hay mucho antagonismo en cuanto a la Biblia. No la quemamos hoy porque nos consideramos ser demasiados civilizados. De modo que, la ma­nera en que la destruyen es por prohibir su lectura en las escuelas y en otros lugares públicos acá en los Estados Unidos mientras que hablamos de la libertad de cultos y de palabra que tenemos. A pesar de todos los ata­ques que han lanzado en contra de la Biblia, todavía existe. Y por supuesto, es uno de los libros que más se venden. Por muchos años era el favorito, pero no lo es hoy día. Siento mucho tener que decirlo, pero es verdad que hoy en día no es el que se vende más. Es cierto que es un comentario sobre nuestra sociedad contemporánea revelando que la Biblia realmente no ocupa el lugar hoy que una vez ocupaba en la historia y la vida de Norte América. Pero la preservación maravillosa de la Palabra de Dios es digna de nuestra consideración.

2.            LA ARQUEOLOGIA —Otra manera en que podemos saber que la Biblia es la Palabra de Dios es por medio de la arqueología. La pala del arqueólogo ha desenterrado muchas evidencias que verifican que la Biblia es la Palabra de Dios. Por ejemplo, hay los que negaron por muchos años la autoridad moisíaca del Pentateuco sobre la base de que el arte de la escritura se desconocía en la época en que vivió Moisés. Y por eso, no pudo haber escrito Moisés el Pentateuco. Ustedes no han escuchado pro­mover a alguien esa teoría recientemente, ¿verdad? Claro que no, porque la pala del arqueólogo ha desenterrado escritura que data desde un tiempo aún más anterior que Moisés. De modo que, su argumento ya no es válido. Luego encontramos que los arqueólogos han desenterrado la ciudad de Jericó y los muros que cayeron. Había un argumento entre la señorita Keilog y el inglés que primero excavó allí, pero yo creo que ha sido muy bien establecido que los muros sí cayeron. Dejo que ellos mismos se dispu­ten en cuanto al tiempo y toda clase de cosas así. La Palabra de Dios ha sido verificada en otras maneras también a través de los descubrimientos arqueológicos. Muchos de los manuscritos antiguos que han descubierto hacen ver la exactitud de la Palabra de Dios. Es muy interesante que cuando hallaron los rollos de Isaías dentro de los rollos del Mar Muerto, el liberal se apresuró a aprovecharlos porque pensaba que había hallado un argumento que desacreditaría la Biblia. Es muy interesante que no desacreditaron la Biblia, sino la comprobaron y parece que el liberal ha perdido bastante interés en aquellos rollos del Mar Muerto. Este es un campo en que no me es posible entrar extensamente por ser tan breve el estudio, pero es un campo al cual ustedes podrían investigar.

3.            LA PROFECIA CUMPLIDA —Si me pidieran hoy darles sola­mente una razón, una prueba conclusiva de que la Biblia es la Palabra de Dios, yo diría que es el cumplimiento de la profecía. La Biblia está llena de profecía cumplida, y yo creo que esta es la prueba de la cual no se puede huir, ni la puede evadir. Una cuarta parte de la Escritura, cuando fue escrita, era profética; es decir, anunciaba cosas que iban a suceder en el futuro. Muchísima de aquella —en efecto, muchísima más que lo que se imaginan los hombres— ya ha sido cumplida. Bien podríamos volver a muchos lugares donde la profecía ha sido cumplida exactamente. Hay ejemplos de muchas profecías de acontecimientos locales que fueron cum­plidas aún durante los días del profeta. Por ejemplo, Micaías era el pro­feta que le dijo al viejo Acab que cuando saliera a la batalla, la perdería y sería matado. Sin embargo, los profetas falsos de Acab le habían dicho que ganaría una victoria y que regresaría de rey victorioso. Por causa de que no le gustó lo que dijo Micaías, Acab mandó que lo echaran en la cárcel y que lo mantuvieran con agua y pan hasta su regreso de la batalla, y luego él cuidaría del profeta. Pero Micaías lanzó la última palabra y dijo, “Si llegas a volver en paz, Jehová no ha hablado por mí”. Pues, por lo visto, el Señor había hablado por él porque Acab no volvió. Se mató en la batalla, y su ejército fue derrotado. Aún procuró disfrazarse con camuflaje para que no hubiera peligro de perderse la vida. Pero según el relato de Escritura, un soldado del enemigo “disparó su arco a la ventura.” Es decir, que cuando la bata1la ya estaba para terminar, le quedó una sola flecha en su aljaba y la metió y la disparó al espacio. Pero, ¿saben algo? Aquella flecha fue designada para el viejo Acab. Voló directamente a su blanco. ¿Por qué? Porque Micaías había hecho una profecía exacta del Señor (I de Reyes 22).

En otra ocasión, el profeta Isaías dijo que el ejército de Asiria no dispararía ni una flecha en la ciudad (II de Reyes 19:32). Bueno, eso es muy interesante. La profecía de Micaías fue cumplida porque un so1dado disparó una flecha de casualidad. ¿No creerían ustedes que entre 20.000 soldados, hubiera uno irresponsable en el uso de armas de fuego, el cual dispararía un “arco a la ventura”, y dejar que una flecha volara en la ciudad? Bueno, ninguno lo hizo. Isaías había dicho que si el enemigo dis­parara en la ciudad, entonces podrían estar seguros de que no era profeta de Dios. Y era profeta de Dios como fue probado por este cumplimiento local de la profecía. Pero Isaías también dijo que una virgen pariría a un niño, y lo dijo 700 años antes de que fuera cumplida literalmente. Y, si desean una prueba final, había más de 300 profecías tocantes a la primera venida de Cristo, y todas fueron cumplidas literalmente. Al estar colgado Jesús en la cruz antes de morirse, había una profecía que aún no se había cumplido. El Salmo 69:21 dice, “Y en mi sed me dieron a beber vinagre”. (Juan 19:28.30) Es cosa asombrosa. Los hombres ni pueden adivinar así. Es algo gracioso observar al meteorologista. Durante la estación de ve­rano en el sur de California él informa bien acerca del tiempo, mas al cambiar la estación cualquier hombre pudiera adivinar tan bien como él. En la nación de Israel un profeta tenía que hablar con exactitud. Si sus palabras no fueran exactas, le podrían matar. Dios había dicho que po­drían discernir a un profeta verdadero porque lo que predecía siempre pasaría. Le pidieron siempre al profeta que profetizara un acontecimiento local como lo profetizó Isaías, y luego podrían profetizar tocante al futuro como también lo hizo Isaías. Ahora podemos reflexionar y ver que aquellas profecías fueron cumplidas también.

Hay tantas otras profecías. Tiro y Sidón se encuentran hoy día exac­tamente en el lugar donde la Palabra de Dios hace 2.500 años dijo que estarían. Hoy, Egipto está exactamente en el sitio en que Dios dijo que estaría. Todas estas profecías cumplidas son asombrosas, mis amigos, y constituyen una de las pruebas más grandes de que la Biblia es, de veras, la Palabra de Dios. No ven, que los hombres simplemente no pueden ser tan exactos. Los hombres no pueden aún adivinar así como eso.

Permítanme mostrarles que, según la ley matemática de conjetura problemática, el hombre nunca podría profetizar. Vamos a decir que yo profetizaré en cuanto al tiempo. Supongan de que yo les diga ahora mismo que dondequiera que estén mañana, que va a llover. Permítanme decirles que corro el riesgo de tener razón por igual, porque mañana sí lloverá, o no lloverá. Resultaría que para algunos de ustedes sería una profecía falsa. Ahora, supongan que prediga que lloverá mañana y que empe­zará a las nueve de la mañana. He añadido otro elemento incierto. Antes, tenía la posibilidad de tener razón por igual, mas ahora la posibilidad se baja en 25 por ciento. Cada elemento incierto que se añade disminuye la posibilidad de que tenga razón según la ley de conjetura problemática. Ahora, supongan que yo diga que empezará a llover a las nueve de la mañana, y que escampará a las dos de la tarde. ¿Pueden imaginarse de la posibilidad de que sea exacto, o que tenga razón? Supongan que añada yo 300 elementos inciertos. No hay ni sombra de posibilidad de que sea exacto. Yo no podría dar en el clavo, ni en el blanco. Me sería imposible. Sin embargo, la Palabra de Dios sí dio en el blanco, mis amigos. Es muy exacta. La Biblia ha entrado en aquella región de la imposibilidad abso­luta, y eso me da la prueba absoluta de que esta es la Palabra de Dios. No hay nada que la compare. Les he dado solamente unos pocos ejemplos de la profecía cumplida, mas se encuentra en la Palabra de Dios profecía tras profecía que ha sido cumplida literalmente. Y, a propósito, yo creo que nos indica el método por el cual la profecía para el futuro todavía ha de ser cumplida.

4.            VIDAS TRANSFORMADAS —Les ofrezco dos razones más como pruebas de que esta es la palabra de Dios. Yo he visto lo que la Palabra de Dios hace en las vidas de hombres y mujeres. He visto las vidas trans­formadas de creyentes hoy en día. Recuerdo ahora mismo de un señor que escuchaba el programa por allá en Oakland, California. Le conozco bien. No les voy a divulgar todos los detalles de su vida, pero es cierto que tenía muchos problemas y que vivía en mucho pecado. De costumbre, recibo cartas de personas que escuchan el programa por primera vez y se con­vierten, y eso es magnífico y lo creo ser cierto. Pero este señor empezó a escuchar el programa radial y seguía escuchando semana tras semana. Se hacía antagónico y muy enojado. Me dijo que si le fuera posible agarrarme cuando yo estaba enseñando la epístola a los Romanos, informándole a él de que era pecador, me habría apuñeado. Y francamente, mis amigos, creo que bien podría haberlo hecho porque él es mucho más grande y fuerte que yo. Me alegro de que no le fuera posible agarrarme. Pero este hombre aceptó a Cristo, y permítanme decirles que ha sido maravilloso ver lo que Dios ha hecho en su vida. Testimonios así como este se pueden repetir muchísimas veces. Ambos jóvenes y adultos han hallado provecho y realiza­ción en la vida, familias han sido reunidas, individuos han sido librados del alcoholismo y la morfinomanía. Muchos han tenido las vidas transfor­madas por venir a Cristo. Ahora, permítanme darles otra razón. Al terminar mis estudios en el seminario, yo era uno que predicaba en defensa del Evangelio. Procuraba defender la Biblia. En efecto, creo que cada men­saje que yo predicaba trataba de aquella defensa. Yo pensaba que si pu­diera encontrar las respuestas suficientes a las preguntas que se hacían para justificar el no creer en la Biblia, entonces al dárselas, los hombres no tendrían ninguna razón de no creer que la Biblia es la Palabra de Dios. Sin embargo, hallé que aunque podría darles las respuestas, la cosa más peor del mundo sería bajar corriendo intelectualmente a un hombre. En el momento de hacerlo, nos hicimos enemigos y nunca podría ganarlo para el Señor. De modo que encontré que ese método fue contraproducente. Pues, me desalojé de la esfera de la apologética porque sí era predicador de ella, y empecé a enseñar la Palabra de Dios en la manera más sencilla que me fuera posible. Sólo la Biblia puede cambiar al pecador en santo.

5.            EL ESPIRITU DE DIOS LA VERIFICA —Otra razón por la cual me desalojé de la esfera de la apologética era porque ha habido un desarrollo positivo en la vida mía. He llegado al lugar en mi vida donde no sólo creo que esta es la Palabra de Dios, sino que también sé que es la Palabra de Dios. Yo sé que es la Palabra de Dios por el hecho de que el Espíritu de Dios la ha verificado en mi propio corazón y vida. Es lo mismo que Pablo escribió a los Colosenses. Oraba que “seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual.” (Colosenses 1:9) Eso sería precisamente lo que yo desearía que se orara por mí porque he hallado que el Espíritu de Dios sí puede verificar estas cosas en el corazón suyo, y que no necesitan de la arqueología y otras pruebas para probar que la Biblia es la Palabra de Dios. Hace mucho tiempo, un predicador joven me dijo que se sentía emocionado por un reciente descubrimiento arqueológico. Le dije que yo no lo consideraba ser una cosa de tanta emoción, y él llevó un chasco grande y aún un dis­gusto porque no le respondí como él quería que respondiera. Pues, me pre­guntó cómo era posible que no me impresionó el nuevo descubrimiento. “Bueno,” le dije, “ya yo sabía que era la Palabra de Dios mucho antes de que la pala del arqueólogo desenterrara aquello.” Y, “¿Cómo sabías?” me preguntó. “El Espíritu de Dios lo ha estado verificando en mi propio corazón,” le contesté. Espero que el Espíritu de Dios les verifique la Pa­labra de Dios y que la haga una realidad en su vida. Oro que les dé la se­guridad para poder declarar que sí saben que es la Palabra de Dios.

¿QUE SIGNIFICA LA REVELACION? ¿LA INSPIRACION? ¿LA ILUMINACION? ¿LA INTERPRETACION?

La revelación quiere decir que Dios ha hablado y que se ha comuni­cado con el hombre. La inspiración garantiza la revelación de Dios. La iluminación tiene que ver con el Espíritu Santo de Maestro. El se comuni­ca. La interpretación tiene que ver con la explicación que ustedes y yo damos a la Palabra de Dios.

LA REVELACION

La revelación significa que Dios ha hablado “Así ha dicho Jehová” y expresiones de esta naturaleza ocurren más de 2.500 veces en la Biblia. El Señor no quiere que entendamos mal que El ha hablado. Fíjense en Hebreos 1:1, 2.

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.

Dondequiera que se encuentren dos personas dotadas de un cierto punto razonable de inteligencia y que guarden los mismos sentimientos y deseos, y que se atraen, verán que existe una comunicación entre ellos. Personas que tienen las mismas tendencias, aún estando separados el uno del otro, se gozan al ponerse en contacto y se contentan al recibir comunicación el uno del otro. Este característico innato del corazón huma­no explica el porqué del departamento de correos, del teléfono, y del telé­grafo. Amigos se escriben y un esposo fuera del hogar escribe a su esposa. El muchacho que esta internado escribe a su casa. También se envía la epístola perfumada de una novia al novio, y él responde con la epístola suya. Todo esto se llama comunicación. Es la expresión del corazón. Las Escrituras dicen, “Un abismo llama a otro.” Recuerdo la emoción que me sentía al leer la historia de Elena Keller. Ella fue excluida del mundo por ser ciega y sorda, sin manera alguna de comunicarse. Luego, se le abrió un camino para que pudiera comunicarse, probablemente de una manera mejor que muchos de nosotros que gozamos de las capacidades de ver y oír.

Ahora, sobre la base de todo esto, me gustaría hacerles una pregunta que la creo ser racional, y ciertamente inteligente. ¿No es razonable con­cluir que Dios se ha comunicado con sus criaturas a las cuales ha capaci­tado de un cierto punto de inteligencia, y a quienes creó a Su imagen?

Permítanme decirles que si no tuviéramos una revelación de Dios, yo creo que ahora mismo ustedes y yo podríamos esperar y El estaría hablándonos por el mero hecho, mis amigos, de que podemos esperar que Dios nos hable. Se fijarán en que el escritor a los Hebreos dice que Dios en el Antiguo Tes­tamento habló por los profetas, y que ahora ha hablado por Cristo. La revelación a los profetas en el Antiguo Testamento, y la de Cristo en el Nuevo Testamento, ambas están en la Palabra de Dios, por supuesto, y es la única manera en que jamás supiéramos acerca de la comunicación de la una o de la otra. La Biblia contiene 66 libros, y Dios nos ha hablado por medio de ellos.

La Biblia contiene el pensamiento de Dios, el estado del hombre, el camino de la salvación, la condenación de los pecadores y la feli­cidad de los creyentes. Sus doctrinas son santas, sus preceptos son justos, sus relatos son verdaderos, y sus decisiones son inmutables. Léala para ser sabio, créala para ser salvo, y practíquela para ser santo. Contiene luz para dirigir, alimento para sustentar y consuelo para alegrar. Es el mapa del viajero, el cayado del peregrino, la brú­jula del piloto, la espada del soldado y la cartilla del cristiano. En ella el Paraíso se restaura, el cielo se abre y las puertas del infierno se ponen al descubierto. Cristo es su gran tema, nuestro bien su designio, y la gloria de Dios su fin. Léala lenta, frecuentemente y en oración. Es una mina de riqueza, un paraíso de gloria y un río de placer. Involucra la más grande responsabilidad, recompensa la obra más grande y condena a los que toman en poco su santo contenido.

Autor Desconocido

LA INSPIRACION

Ahora entramos al segundo gran tema, el cual es la inspiración. Creo personalmente en lo que se llama la inspiración verbal y plenaria de las Escrituras. Eso quiere decir que la Biblia es una declaración autorizada, y que cada palabra es la Palabra de Dios para nosotros en este día en que vivimos. La inspiración garantiza la revelación de Dios. Y eso es precisamente lo que dice este libro. Dos hombres, Pablo escribiendo su última epístola a Timoteo, y Pedro escribiendo su última, ambos tenían algo muy definido a decir en cuanto a la Biblia.

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (II a Timoteo 3:16, 17).

Fíjense en que TODA la Escritura es dada por inspiración. La palabra “inspiración” significa “expirada por Dios”. Dios hablaba por estos hombres, como aquí habló por Pablo, exactamente lo que El quiso decir. No hay más que añadir. Pedro lo expresa en esta manera:

Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Es­píritu Santo. (II de Pedro 1:21).

Es muy importante ver que estos hombres fueron conmovidos, como si fueran llevados por el Santo Espíritu de Dios. Era el Obispo Westcott que dijo, “Los pensamientos están unidos a las palabras tan forzosamente como el alma está unido al cuerpo.” Y, el Doctor Keiper dijo, “Puede exis­tir la música sin notas, o la matemática sin números tan fácilmente como pueden existir los pensamientos sin palabras. No son los pensamientos que son inspirados. Son las palabras que son inspiradas”.

Hay un cuentecito acerca de una muchacha que había tomado clases de voz con un profesor famoso. En el día del recital, el profesor llegó para escuchar cantar a la muchacha. Al terminarlo, la muchacha estaba muy ansiosa de saber lo que decía el profesor. Como no había llegado a felici­tarla, ella preguntó a una amiga de lo que el profesor había dicho. La amiga le contestó, “El profesor dijo que cuando tú cantabas, le sonaba algo celestial”. La muchacha no pudo creer que el profesor hubiera dicho eso, y le preguntó de nuevo a la amiga, “¿Es verdad que dijo que le sonaba así, celestial ?“ La amiga respondió que sí fue la verdad. La muchacha per­sistía, “Quiero saber exactamente lo que dijo el profesor. ¿Qué es lo que dijo en realidad?”. La amiga le contestó, “Bueno, si quieres en verdad saber las palabras exactas, él dijo que era un sonido ultraterrestre”. Per­mítanme decirles, mis amigos, que un sonido ultraterrestre no quiere decir que suena celestial. Las palabras exactas sí son importantes.

Créanme, que son las palabras de la Escritura que son inspiradas, y no los pensamientos. Por ejemplo, Satanás no fue inspirado a decir una mentira, pero la Biblia indica que mintió. Son las palabras que son inspi­radas. Y el Señor Jesús dijo, “Escrito está,” citando la Palabra de Dios del Antiguo Testamento. Aquellos hombres que escribían el Antiguo Testamento estaban proclamando lo que Dios tenía que decir. En Éxodo 20:1 Moisés escribió: “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo:”. Fue Dios que habló. Moisés escribió lo que dijo Dios.

Por los años han sido hallados muchos manuscritos excelentes de la Escritura. Hablando en cuanto a los manuscritos en Bretaña, el señor Jorge Kenyon, difunto director y bibliotecario principal del museo británico, hizo esta declaración: “Gracias a estos manuscritos, el lector ordina­rio de la Biblia puede sentirse cómodo en cuanto a la pureza del texto. Aparte de pocas alteraciones verbales de no importancia, las cuales se consideran ser naturales en libros transcritos a mano, estamos asegura­dos de que el Nuevo Testamento ha venido intacto.” Se pueden asegurar hoy de que tenemos los que llegan tan próximos a los autógrafos como cualesquier puedan llegar. Los autógrafos son inspirados y creo en la ins­piración verbal y plenaria.

Irenaeus, uno de los primeros padres de la iglesia, dijo, “Las Escritu­ras, por cierto, son perfectas por cuanto están habladas por la Palabra de Dios y por Su Espíritu.” Augustín declaró, “Sometámonos, pues y do­blémonos a la autoridad de la Santa Escritura que no yerra ni engaña.” Y Spurgeon dijo, “Nunca puedo dudar la doctrina de la inspiración verbal y plenaria en vista de que veo constantemente en la práctica actual cómo las mismas palabras que a Dios le agradó usar han sido bendecidas al alma del hombre.” Dios habla en este libro a nuestros corazones y vidas.

LA ILUMINACION

La iluminación quiere decir que desde que usted y yo tenemos un libro, un libro divino y humano, escrito por hombres que expresaban sus pensa­mientos, sólo el Espíritu Santo puede enseñárnoslo. Mientras que hacían esto, estaban escribiendo realmente la Palabra de Dios. Aunque podemos adquirir los hechos de la Biblia por nuestra propia cuenta, el Espíritu de Dios tendrá que abrir nuestro entendimiento y corazón si es que pensamos entender la verdad espiritual que se encuentra en ella.

Pablo, escribiendo a los Corintios, dijo:

Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. (I a Corintios 2:7-9).

Ahora, usted y yo hoy adquirimos casi todo lo que sabemos por la vía visual, o por la sónica, o por la de razonar. Actualmente, Pablo dice aquí que hay ciertas cosas que el ojo no vio ni oído oyó. Hay ciertas cosas que ni logran entrar en la mente. Pues, ¿cómo es que las van a adquirir?

Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios. (I a Corintios 2:10).

Muchos llevan este versículo a un funeral, y yo lo oí citar en un fune­ral hace años. El pastor quiere decir que el buen hermano Fulano de tal era gran hombre, pero que en verdad no sabía mucho estando acá en la tierra. Pero ahora que está en el Cielo, y reflexiona con madurez, sabe cosas que nunca antes podía saber. Aunque eso es la verdad (recibiremos una educación única en el Cielo), el versículo no está hablando de esto. Mucho antes de que nos llegue la muerte, hay muchas cosas que no nos es posible entender por las vías ordinarias estando acá en la tierra. El Espí­ritu Santo ha de ser nuestro Maestro.

Ustedes recuerdan que en Mateo 16 cuando nuestro Señor preguntó a los discípulos acerca de lo que se decía de El, que le respondieron que se decía lo todo. Y, todavía se está diciendo lo todo acerca de El. Bien pueden conseguir hoy tantas respuestas como el número de personas a quienes preguntan. Hay muchos puntos de vista acerca de El. Mas luego les pre­guntó:

Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respon­dió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (Mateo 16:16, 17).

El es El que reveló la verdad a Simón Pedro. Y hoy en día, sólo Dios puede abrirnos la Palabra para que la entendamos verdaderamente.

En el día de la resurrección del Señor Jesús, El caminaba en el camino a Emaús y acompañó a dos hombres en el camino. Hablando con ellos, les preguntó:

¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras cami­náis, y por qué estáis tristes? Respondiendo uno de ellos, que se lla­maba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? En­tonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. (Lu­cas 24:17-20).

Ustedes recordarán que Jesús había predicho aquello. Lo interesante es que hace años los profetas lo decían. Entonces estos hombres expresaban una esperanza débil, la cual una vez tenían mas ahora no existe.

Pero nosotros esperábamos que El era el que había de redimir a Israel; Y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido. (Lucas 24:21).

Seguían contando lo que sabían ellos y lo que las mujeres habían di­cho. “Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro... pero a él no le vieron.” Sus esperanzas se habían ensombrecido y oscuridad llenó sus corazones. Ahora escuchen al Señor Jesús:

¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los pro­fetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas co­sas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y si­guiendo por todos los profetas, les declaraba en toda las Escrituras lo que de él decían. (Lucas 24:25 - 27).

Mis amigos, ¿no les gustaría haber estado allí aquel día para escuchar la voz del Señor cuando citó del Antiguo Testamento sacando a luz las Es­crituras tocante a El mismo. Por fin se les dio a conocer al sentarse juntos en la cena. Este es el comentario de ellos:

¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?

No ven, que estamos estudiando un libro que es diferente que cual­quier otro libro. No es sólo que creo en la inspiración de la Biblia. Yo creo que este es un libro cerrado a menos que el Espíritu de Dios abra el corazón suyo y el mío para que sea significante. Luego, cuando Jesús re­gresó a Jerusalén en aquella vez, seguía enseñándoles a sus discípulos.

Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. (Lucas 24:44).

Fíjense en que Jesús creyó que Moisés escribió el Pentateuco. Creyó que los profetas hablaron de él y que los Salmos le señalaron.

Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras. (Lucas 24:45).

Mis amigos, si El no abre el entendimiento suyo, no entenderán las Escrituras. Por eso mismo, debemos acercarnos a este libro con una gran humildad de mente, no importa lo inteligente que seamos.

Volviendo la página a I a Corintios, Pablo sigue diciendo:

Lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabi­duría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. (I a Corintios 2:18, 14).

Nunca me perturbo cuando un inconverso, aunque sea predicador, viene diciendo que no cree más que la Biblia sea la Palabra de Dios. Para decir la verdad, nunca la había creído él. Pero esa es la manera correcta en que debe hablar porque después de todo, si no es creyente, no puede entenderla. Marcos Twain, que era inconverso, dijo que no le perturbaba lo que no entendía de la Biblia. Lo que le inquietaba era lo que sí podía entender. Hay cosas en la Biblia, las cuales un inconverso puede entender y son esas las que causan que muchos rehúsen la Palabra de Dios. Fue Pascal que dijo: “Hay que entender el conocimiento humano para poder amarlo, mas hay que amar el conocimiento divino para poder entenderlo”.

Al dejar el tema de la iluminación, permítanme decir lo siguiente: Sólo el Espíritu de Dios puede abrir los entendimientos y corazones suyos para que vean y acepten a Cristo, y que confíen en El como su Salvador. ¡Que maravilloso! Me he sentido siempre desvalido al entrar en el púlpito porque, créanme, el hermano McGee no puede convertir a ninguno. Pero no me siento tan sólo débil, sino también fuerte no por mí mismo sino por el Espíritu de Dios. El Espíritu sí puede tornar estas palabras muertas y hacer que signifiquen algo vivo.

LA INTERPRETACION

La interpretación tiene que ver con la explicación que ustedes y yo damos a la Palabra de Dios. Y esa es la razón por la cual existen los metodistas, los bautistas, los presbiterianos, este tipo de maestro y aquel—todos tenemos nuestras interpretaciones. Y donde hay desacuerdo al­guien evidentemente está equivocado.

Hay ciertas reglas que deben de ser seguidas al tratar nosotros de interpretar la Biblia.

1.            En primer lugar, debemos considerar EL PROPOSITO QUE ABARCA TODA LA BIBLIA. Y esa es la razón por la cual enseño toda la Bi­blia. Creo que es necesario estudiarla toda antes de que se haga cualquiera declaración dogmática acerca de cualquier versículo particular de las Es­crituras. Es de suma importancia llevar en cuenta todos los versículos que se refieren a cualquier tema.

2.            También debemos considerar A QUIEN SE DIRIGE LA ESCRITURA. Por ejemplo, hace años Dios le dijo a Josué, “Levántate y pasa este Jordán”. (Josué 1:2) Cuando yo visitaba aquel país, pasé el río Jor­dán, pero no lo pasé para cumplir aquella Escritura. Ni decía, “Por fin obedecí al Señor por pasar el Jordán”. Claro que no, porque cuando leo aquel versículo yo entiendo que el Señor está hablando a Josué, pero sí creo que hay una lección tremenda para mí en esa porción. Toda Escritura no me está dirigida, pero toda Escritura sí me sirve de provecho, y es bueno recordar esto.

3.            Luego debemos siempre considerar EL CONTEXTO INMEDIATO, el cual cae antes y después de una Escritura. ¿De qué habla el pasaje? ¿Cuáles otros pasajes de la Escritura tratan del mismo hecho?

4.            Debe haber un esfuerzo hecho para DETERMINAR LO QUE DICE EL TEXTO ORIGINAL. Si no lee el hebreo ni el griego, al leer la versión Reina-Valera de la Biblia sí llega próximo al original. Es la Biblia en es­pañol que más se usa hoy. Han salido varias versiones en inglés, las cuales causan algo de confusión. Hay las que son muy buenas, pero la mayoría quedan nubladas del punto de vista del hombre que nos las ha dado. Muchas no son traducciones, sino una forma de interpretación. Alguien me ha pre­guntado que si, a mi parecer, la versión “Cartas Vivientes” es una buena traducción, o no. Les digo que es una interpretación maravillosa, pero no es una traducción. En unos de nuestros libros de estudio, trato de dar una traducción de una palabra o frase. Tratamos de llegar tan próximo al original que sea posible. Lo creo ser imperativo.

5.            INTERPRETE LA BIBLIA LITERALMENTE. El difunto Doctor David Cooper lo ha declarado bien: “Cuando el sentido obvio de Escritura queda en un sentido común, no busque otro sentido; por eso, tome cada palabra en su sentido primario, ordinario, usual y literal a menos que los hechos del contexto inmediato, estudiados en la luz de los pasajes relacio­nados y de verdades axiomáticas y fundamentales, indiquen claramente lo contrario”.

GUIAS PARA EL ENTENDIMIENTO DE LAS ESCRITURAS

“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley”. (Salmo 119:18).

Hay unas ciertas guías que cada uno debemos seguir respecto a la Palabra de Dios. Les garantizo que si ustedes siguen estas guías, gozarán de mucha bendición en sus corazones y vidas. Ciertamente deben de haber estas guías en el estudio de la Palabra. Hoy en día un frasco de remedio por lo simple que sea, un tónico o algo para un resfrío, lleva sus indica­ciones. Cualquiera cosita que se compre en una de esas tiendas “Todo a Real” lleva instrucciones para su empleo. Si es que las cosas de este mun­do han de llevar indicaciones para su uso, ciertamente la Palabra impor­tantísima de Dios debe de llevar unas guías para el estudio de ella. Qui­siera mencionar 7 declaraciones muy sencillas que a la vez son fundamen­tales y preliminares, las cuales servirán de guías para el estudio de las Escrituras.

1.            Empiece con oración,

2.            Lea la Biblia,

3.            Estudie la Biblia,

4.            Medite en la Biblia,

5.            Lea lo que otros han escrito acerca de la Biblia,

6.            Obedezca la Biblia,

7.            Particípela a otros.

Bien pueden añadir otras más a la lista pero yo creo que estas son las fundamentales y principales. Alguien lo ha dicho en una manera muy breve y persuasiva: “La Biblia —apréndela de memoria; guárdela en su corazón; muéstrala por su vida; siémbrala en el mundo”. Esa es la manera de expresar algo que presentaremos aquí.

1.            EMPIECE CON ORACION

Como ya vimos al tratar del tema de la iluminación, la Biblia es diferente de cualquier otro libro en que es el Espíritu Santo sólo, el que puede abrir nuestro entendimiento para que la entendamos. Ustedes pueden coger un libro sobre la filosofía y puesto que un hombre lo haya escrito, un hom­bre lo puede entender. Es igual en cuanto a la matemática superior, o de cualquier otra materia. No ha habido ningún libro que haya sido escrito por hombre que otro no puede entender. Pero la Biblia es diferente. No se puede entender la Biblia a menos que el Espíritu Santo sea el instructor. El desea enseñarnos. Es un hecho positivo que nuestro Señor nos dijo, “El os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13). Al abrir la Palabra de Dios debemos de orar con el salmista:

“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.” (Salmo 119:18).

Cuando el salmista escribió estas palabras, claro que él estaba pen­sando en el sistema moisíaco. Hoy día lo extendemos para incluir los 66 libros de la Biblia, y podemos decir, “Abre mis ojos, y miraré las mara­villas de Tu Palabra.”

Cuando el apóstol Pablo oraba por los efesios en Efesios, el capítulo 1, no oraba que tuviera la buena salud física (él podría haberlo orado en otro tiempo), ni oraba que se enriquecieran (no sé si jamás orara por aquello), mas la primera oración a favor de los efesios se apunta en su epístola es­crita a ellos:

Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis ora­ciones:

Ahora, ¿para qué oraría Pablo? Aquí está:

Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la glo­ria de su herencia en los santos. (Efesios 1:17, 18).

No ven, que la oración de Pablo es que tengan una sabiduría y enten­dimiento de la revelación del conocimiento de él, y la revelación está aquí en el libro. Deseaba que conocieran la Palabra de Dios; deseaba que sus ojos y entendimiento fueran alumbrados. Quería que supieran algo de la esperanza del llamamiento que tenían en Cristo. Esta es la oración del apóstol Pablo, y si alguien se acuerda de mí en la oración, esta es la oración que quiero que eleve —que mis ojos espirituales sean abiertos. Me gustaría recordar a ustedes en oración así. Creo que la cosa más importante para ustedes y para mí hoy día es saber la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es la Palabra de Dios. No nos es posible conocer la Palabra de Dios a menos que el Espíritu de Dios sea nuestro Maestro. Eso es lo que dice Pablo en su primera epístola a los corintios:

Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Es­píritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. (I a Co­rintios 2:12-14).

La razón por la cual tantos no entienden nada de la Biblia es simplemente porque no dejan que el Espíritu de Dios les enseñe. La Pala­bra de Dios es diferente que cualquier otro libro porque el hombre natural no puede percibir estas cosas, y le son locura. Dios nos ha dado el Espíritu para que sepamos las cosas que nos son dadas libremente de Dios. El sólo es nuestro Maestro; El sólo puede tomar la Palabra de Dios y darle sig­nificado.

Dios quiere comunicársenos por medio de Su Palabra escrita. Pero es un libro sobrenatural, y no nos comunicará por la razón sencilla de que sólo el Espíritu de Dios puede tomar las cosas de Cristo y revelárnoslas. Fíjense en este versículo de Escritura, el cual es muy interesante:

Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el Espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Cristo, sino el Espíritu de Dios. (I a Corintios 2:11).

En una manera muy breve y comprensible este versículo expresa la razón por la cual el Espíritu de Dios ha de ser nuestro Maestro. Ustedes y yo nos entendemos, pero no entendemos a Dios. Creo que hoy día es pura tontería hablar acerca de una generación con la cual no podemos comunicarnos, y que hoy existe una brecha entre generaciones. Reconozco que siempre ha existido una brecha hasta cierto punto. Siempre ha sido difícil que una persona mayor y un joven estén enteramente de acuerdo. Pero sí podemos comunicarnos porque todos somos seres humanos. Francamente, no puedo entender a Dios a menos que se me revele. Solía pre­guntarme cómo se sentiría Dios en un funeral. Hallo que Jesús asistió al funeral de Lázaro y que lloró. Yo sé cómo se siente Dios en cuanto a mu­chas cosas hoy en día porque el Espíritu de Dios por medio de la Palabra de Dios me las ha revelado.

Al servir yo de pastor en Nashville, Tennessee, me levanté una ma­ñana y daba un vistazo a unas 5 pulgadas de nieve que había caído durante la noche. Cubría toda la fealdad con una manta blanca y bella. Me sentaba en mi estudio en el piso de arriba admirando la vista cuando me fijé en que uno de los ancianos de la iglesia que vivía al lado, salió al porche llevando dos cubos para carbón llenos de cenizas, las cuales el anciano iba a descargar en el fondo. Lo vi detenerse un momento para mirar la vista, y yo simplemente me sonreía porque sabía como se sentía él —exactamente como yo me sentía al mirar la nieve que había caído durante la noche. Pero al avanzar él, se resbaló. No queriendo esparcir las cenizas, aguantó los cubos a un lado y dio contra la escalinata y se golpeó duro. No podía aguantar yo la risa. Supongo que si aún se hubiera desnucado, me habría reído. Me fijé en que miró a su alrededor y al estar satisfecho de que nin­guno lo hubiera visto, se levantó con gran satisfacción y empezó su ca­minito de nuevo. A medio camino, volvió a caerse y esta vez se golpeó aún más duro cayendo hasta la calzada. Esta vez miró de veras a su alrededor. No ven, que no quería que alguien viera lo que le había sucedido. Y yo sabía cómo se sentía él. Pues, me sentiría igual. El anciano se levantó de nuevo; y llegó al fondo y descargó las cenizas. Al regresar al porche miró la vista de nuevo. No creo que esta vez fuera para admirar la vista sino para asegurarse de que ninguno lo hubiera visto caer. No dije ni una palabrita hasta el domingo en la mañana. Cuando entré en la iglesia, fui por donde estaba sentado él, me inclinaba y le dije, “Tu sí te veías muy cómico ayer llevando las cenizas”. Me miró pasmadamente y me dijo, “¿Me veías” Le contesté que sí. “Pues,” me decía, “Yo creía que ninguno me vio.” Y luego le dije, “Yo pensaba eso. Yo sabía exactamente cómo tú te sentías.” No ven, que él tiene un espíritu humano y yo también tengo un espíritu humano, y nos entendemos. No creo que haya tanta brecha entre generaciones en ninguna parte, porque creo que los seres humanos nos entendemos. Mas, ¿quién es capaz de entender a Dios? El Espíritu de Dios. Por eso es preciso que el Espíritu de Dios nos enseñe, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

Renan, el escéptico francés, lanzó un ataque sobre la Palabra de Dios, como bien saben. Sin embargo, escribió un libro sobre la Vida de Cristo. Su libro se divide en dos secciones. Una es la sección histórica, y la otra es su interpretación de la vida de Cristo. En cuanto a la Primera sección, es probable que nunca haya escrito ningún hombre una historia de la Vida de Cristo más excelente que esta. Pero su interpretación de ella es positivamente absurda. Podría haberla interpretado mejor un niño de 12 años que asiste con regularidad a una escuela dominical. ¿Cómo se lo explica? Pues, el Espíritu de Dios no les enseña la historia ni les revela los hechos que ustedes por su propia cuenta pueden averiguar; cualquier inteligente los sabe hallar. Pero la interpretación es cosa totalmente dis­tinta. El Espíritu de Dios ha de interpretar, y El sólo debe de ser el Maestro para guiarnos a la verdad. Es preciso que el Espíritu de Dios abra los ojos para que veamos.

Hemos de pedir Su ayuda. En Juan, el capítulo 16, el Señor Jesús dice:

Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todavía un poco, y no me veréis; porque voy al Padre. (Juan 16:12-16).

No ven, que el Señor Jesús nos dice qué hemos de pedir. Tiene muchas cosas para nosotros y quiere revelarnos estas cosas por medio del Espíritu Santo. De nuevo, en el capítulo 14 de Juan, Cristo dice:

Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho. (Juan 14:26).

El Espíritu Santo es el Maestro, y ha de ser el único para guiarnos a toda la verdad, mis amados. Si aprenden cualquiera cosa por medio de este programa de estudio bíblico, no será porque este pobre predicador es su maestro. Aprenderán porque el Espíritu de Dios está abriéndoles la Palabra de Dios.

Esta, pues, es la primera guía: Empiece con oración, y pida que el Espíritu de Dios sea su Maestro.

La segunda guía les puede parecer una simplificación excesiva.

2.            LEA LA BIBLIA

Alguien preguntó a un gran erudito relativo a Shakespeare, “¿Cómo se estudia a Shakespeare?” Su contestación fue muy concisa, “Lea a Sha­kespeare.” Y, yo les diría a ustedes, “Lean la Palabra de Dios.” Si quieren saber lo que la Biblia dice, lean la Biblia. Además de lo que cualquier maestro les pueda enseñar, es de mucha importancia que lean ustedes mismos lo que dice la Biblia.

El Doctor G. Campbell Morgan ha escrito unos libros muy maravi­llosos y provechosos sobre la Biblia. Tiene una serie de libritos llamados “Mensajes Vivientes de los Libros de la Biblia”. Abarca cada uno de los 66 libros de la Biblia. Yo no conozco nada que sea mejor que esta serie. Me influía mucho en mi estudio de la Palabra cuando yo era estudiante. Se decía que el Doctor Morgan no pondría nada por escrito hasta que hu­biera leído por 50 veces un libro particular de la Biblia. Por lo tanto, mis amigos, no se cansen de hacer bien. Lean la Palabra de Dios. Si no la en­tienden la primera vez, léanla por segunda vez. Si no la entienden la se­gunda vez, léanla por tercera vez. Sigan leyéndola. Permítanme decirles que no perderán el tiempo. Debemos averiguar los hechos de la Palabra de Dios.

Se encuentra un incidente muy interesante en el libro de Nehemías:

Venido el mes séptimo, los hijos de Israel estaban en sus ciuda­des; y se juntó todo el pueblo como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, y dijeron a Esdras el escriba que trajese el libro de la ley de Moisés, la cual Jehová había dado a Israel. Y el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación, así de hombres como de mujeres y de todos los que podían entender, el primer día del mes séptimo. Y leyó en el libro delante de la plaza que está delante de la puerta de Las Aguas, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de todos los que po­dían entender; y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley. (Nehemías 8:1-3).

Este es un pasaje muy notable de las Escrituras. No ven, que estas personas habían estado en la cautividad babilónica por unos setenta años; muchos de ellos nunca habían oído la Palabra de Dios. No se circulaba mucho en aquel entonces, y no había tantas versiones distintas que se pu­blicaban, ni hubo en preparación las de ser publicadas. Es probable que hubiera una sola, o tal vez dos copias en existencia, y Esdras tenía una de ellas. Se paró y leyó delante de la puerta de Las Aguas.

Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sen­tido, de modo que entendiesen la lectura. (Nehemías 8:8).

Veo desde la manera en que se relata la historia, que apostaron a hom­bres de la tribu de Leví en ciertos lugares entre la gente. Después de leer alguna porción, Esdras dejaría de leer para que los que escuchaban tuvie­ran la oportunidad de hacerles preguntas a los hombres que se apostaban para explicárseles la Biblia.

Y los levitas hacían entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba atento en su lugar. (Nehemías 8:7b).

No solo leían la Palabra, sino también causaron que el pueblo enten­diera lo que leían. Nos falta leer la Biblia.

Hay tantas distracciones hoy que nos quitarían del estudio de la Pa­labra de Dios. Una de las distracciones más grandes es la iglesia misma. La iglesia se compone de comités, organizaciones, banquetes y diversiones, y proyectos de fomento hasta el punto que ni aún trata de la Palabra de Dios en muchas iglesias hoy día. Hay iglesias que han eliminado de un todo el servicio de predicación. En su lugar ofrecen una hora en que las personas se expresan, y se dicen lo que opinan. No considero ninguna cosa ser más infantil, ni más pérdida de tiempo que aquello. Yo lo creo ser más bien una buena excusa de un predicador perezoso, el cual no leerá ni estudiará la Biblia, y así evita su deber de predicar. Veo que hay tantos miembros de iglesias que son desconocedores de la Biblia. Simplemente no conocen la Palabra de Dios. Hace años que la enseñan en la iglesia co­rriente. Nos falta leer la Biblia, y hay que profundizarla de veras. No es suficiente leer sólo unos versículos favoritos. Hay que leer toda la Palabra de Dios. Ese es el único método de conocerla, mis amigos, y es el método de Dios.

Luego, la tercera guía es...

3.            ESTUDIE LA BIBLIA

Hace años alguien se acercó al Doctor Morgan y le dijo, “Usted habla como si fuera inspirado.” El Doctor Morgan le respondió, “La inspiración está compuesta de 95 por ciento de sudor”. Hay que estudiar la Biblia. Debemos darnos cuenta de que el Espíritu de Dios no nos enseñará algo que bien podemos aprender por estudiarla. Yo solía enseñar la Biblia en un instituto bíblico y las clases se integraban de toda clase de jóvenes. Entre ellos había unos individuos muy piadosos y yo llegaba a comprender a estos jóvenes con el pasar del tiempo. Confieso que al principio yo no los comprendía nada. Encontré que su fachada piadosa tapaba un vacío y una ignorancia grande en cuanto a la Palabra de Dios. Algunos de ellos no estudiarían la noche antes de un examen. Siempre se justificarían en que es­taban ocupados en un culto de oración, o en otro tipo de servicio. Yo tenía el presentimiento de que algunos creyeran que podrían dejar puesta la Biblia debajo de la almohada de noche, y que al dormirse les iba a surgir por el mismo edredón los nombres de los reyes de Israel y de Judá. Créanme, que no se filtrarán por el edredón. Tenemos que consagrarnos y estudiar la Palabra de Dios. Cuando yo estudiaba en la universidad, un compañero de una clase bíblica decía, “Doctor, nos ha asignado una porción que es muy seca”. Sin perder un paso, el profesor le dijo, “Pues, mójela con un poquito del sudor de su rostro.” La Biblia debe ser estudiada y es muy importante que veamos esto. No creo que El les esté revelando verdades a personas perezosas. Después de todo, ustedes nunca aprenderán los loga­ritmos, ni la geometría, ni el griego por sólo leer un capítulo sobre la ma­teria antes de acostarse de noche.

Ahora, puedan quedar escandalizados cuando digo que no recomiendo la lectura devocional de la Biblia. Por un período de años he aprendido que muchísimas personas celebran fielmente lo que llaman la lectura de­vocional pero quedan desconocedores de la Biblia. Me hospedé con una fa­milia por unos ocho días cuando estaba predicando en un pueblo de Tenne­ssee. Celebramos la hora devocional todas las mañanas en el desayuno. Lastimosamente, el desayuno siempre se servía algo tarde, y Susita y Me­mo tenían prisa en salir para la escuela. Estoy seguro de que ellos ni aún supieron lo que se leía. El padre quería salir al trabajo, y por lo general leía una pequeña porción, y luego decía, “Pues, como no nos queda mucho tiempo, leeré esta porción que nos es conocida.” Y créanme, que a la verdad el tiempo fue corto. Al terminar la lectura, los dos niñitos salieron de la mesa como si hubieran sido tirados de una escopeta, y el padre salió casi tan rápido como ellos salieron. La madre quedó con la losa y yo me pre­guntaba si de veras ella oyó lo que se leyó, o no. Resolví allí mismo que en el hogar mío nunca celebraríamos la lectura devocional así. He tratado siempre de animar a los miembros de la familia mía que lean la Biblia por su propia cuenta. Aquella es la lectura que es provechosa.

Alguien dirá que tiene su lectura devocional de noche después de que se termina el día. Pero, ¿no es que la lee precisamente antes de acostarse, cuando ya se ha metido en la cama, y los ojos están para cerrarse, y luego vuelve a una porción de la Escritura y la lee? Mi amigo, no le es posible aprender la matemática así, ni la literatura, ni la Biblia. Hay que estudiar la Palabra de Dios. Creo que ha de leerla cuando puedan dedicarle tiempo. Si no encuentran tiempo, deben apartar unos 30 minutos, o una hora para ello. Si es que ustedes hacen las cosas casualmente como yo las hago, luego encontrarán que un día leerán unos 30 minutos, al próximo día leerán unos 5 minutos, y al otro día unas 2, o 3 horas. No dicto una lista larga de reglas particulares, pero sí creo que cada persona debe leer la Biblia por su propia cuenta. Creo que es importante animar a los niños que lean la Biblia. Hay personas que creen que deben de celebrar la lectura devo­cional juntos. Bien. Si es el método que Dios les guía leerla, léanla así. Pero, bien puedo garantizarles que no serán estudiantes inteligentes de la Biblia aún después de pasar 20 años leyéndola del método devocional. La Biblia es de ser estudiada inteligentemente.

Se ha dicho de Juan Wesley que era un hombre de un sólo libro. ¿Qué es lo que le hacía un hombre de un sólo libro? Pues, se levantaba todas las mañanas a las cuatro y a las cinco para leer la Biblia. Me dicen que leía la Biblia en 5 idiomas varios. Créanme que él sí estudiaba la Palabra de Dios. A ustedes y a mí nos hacen falta estudiar la Palabra. Nos falta sacar de ella su significación.

Esto me conduce a la cuarta guía:

4.            MEDTTE EN LA BIBLIA

La meditación es algo que Dios enseñaba a Su pueblo. La Palabra de Dios había de estar delante de los hijos de Israel todo el tiempo para que meditaran en ella.

Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. (Deuteronomio 6:6-9).

Esta es una declaración admirable la que el Señor nos ha dado. Les dijo que escribieran la Palabra de Dios en todas partes para que quedara grabada en sus corazones y vidas. En otras palabras, a dondequiera que vieran les era como mirar las vallas anunciadoras. No se puede pasear por nuestras calles y carreteras sin ver las vallas anunciadoras que hacen publicidad de las bebidas alcohólicas y los cigarrillos. Ahora se puede comprender porqué las personas hoy en día toman tanto licor, y porqué fu­man cigarrillos. Es porque queda delante de su vista todo el tiempo. El Señor conoció la naturaleza humana. Nos conoce, y le mandó a Su pueblo poner la Palabra donde la verían. Estaba en sus postes, en sus puertas, la llevaron en los vestidos, y eran de hablar de ella cuando caminaban, cuando se sentaban, y cuando se acostaban. Dios exigió que Su pueblo meditara en la Palabra.

Ahora, ¿qué significa en verdad meditar en la Palabra de Dios? Hay una declaración muy interesante en el primer Salmo:

Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley me­dita de día y de noche. (Salmo 1:1, 2).

El meditar es reflexionar, recordar, y considerar una y otra vez. La vaca reflexiona cuando rumia. Ustedes saben que la vaca sale de mañana y apacienta en las horas cuando el pasto está refrescado. Luego, a la salida del sol, y cuando hace calor, la vaca se echa bajo un árbol, o sea para allí mismo en la sombra. La ve rumiando y se pregunta qué es lo que mastica la vaca. Ella quedará rumiando por una hora, o dos. Bueno, ella está me­ditando, mi amigo. Se dice que una vaca tiene varios estómagos. Por la mañana ella come el pasto algo de prisa, y lo acumula en uno de los estó­magos. Luego, en la tarde cuando hace calor, medita en ello. Lo cambia de un estómago al otro, y en el proceso lo rumia bien de nuevo. Permítanme decirles que eso es lo que necesitamos aprender a hacer respecto a la Pala­bra de Dios. Hay que tomar lo que hemos leído y estudiado, y luego me­ditar en ella.

Al preparar yo un mensaje, muchas veces tomo un versículo de la Escritura y paso horas leyéndolo una y otras veces, y comprobando lo que otros han dicho tocante a ello, y simplemente lo vuelvo a leer. En fin, encuentro que una verdad nueva brotará de aquel pasaje. Oí decir al Doctor Harry Ironside que había escuchado un discurso sobre el Cantar de los Cantares, el cual lo dejó descontento. Dijo que leía el Cantar de los Cantares repetidas veces. En efecto, se arrodillaba rogándole al Señor que le diera un entendimiento de ello pues, no lo entendía. Lo leía una y otras veces por unas semanas y meses, y por fin, una nueva luz le salió de aquel libro. Ahora, cuando yo enseño el Cantar de los Cantares, por lo general doy la interpretación de él por dos razones: satisface la mente y el corazón mío más que cualquiera interpretación que haya oído yo, y tam­bién sé que el hombre que dio esa interpretación pasaba mucho tiempo en la meditación del libro.

Hay los que nos escriben diciendo que la esposa escucha nuestro es­tudio bíblico por radio en el hogar, y que el esposo lo escucha en el trabajo. En la hora de la cena los dos discuten lo que se enseñaba de la Biblia ese día. Esa es la meditación. Es repasarla repetidas veces.

¿Cuántos de ustedes, después de tener la lectura devocional, meditan en la misma porción durante el día? La mayoría la leen y luego se la olvi­dan. Pasan unos 30 minutos, y ellos ni recuerdan lo que se leía en el desa­yuno. O, si la leen de noche, se acuestan en la cama lo más rápido que les sea posible, apagan la luz, y se duermen olvidándosela por completo. La meditación llega siendo un arte casi perdido en nuestra sociedad contem­poránea. Francamente, la televisión en muchos hogares elimina la posibi­lidad de meditar, y está cambiando la vida espiritual de muchas familias. Una de las razones por la cual nuestras iglesias tienen una frialdad y una indiferencia en cuanto a la Palabra de Dios es simplemente debido a la falta de meditación en la Palabra de Dios.

Ustedes recordarán que aquel eunuco etíope que leía en Isaías mientras que iba por el camino. Realmente estaba estudiando Isaías porque había llegado a una porción que no entendía, y tuvo dificultad con ella. Como no sabía lo que significaba, la volvió a leer muchas veces. Aquí está un hom­bre, pues, el cual está leyendo y estudiando, y el Espíritu de Dios le abrirá la Palabra de Dios. Por eso, el Espíritu guió a Felipe al etíope para expli­carle el capítulo. Le abrió un mundo nuevo y l1egó a conocer a Cristo. La narración dice que siguió gozoso. ¿Qué era lo que le hizo regocijar? Estaba meditando, mis amigos. Reflexionaba sobre el capítulo 53 de Isaías. ¿Ja­más han meditado ustedes en aquel Cordero que fue llevado como oveja al matadero? ¿Quién era? Bajó a la tierra y se identificó con nosotros, los cuales nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino. Y Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. ¿Con cuánta frecuencia meditan sobre estas cosas? Bueno, el etíope sí meditaba. Siempre ha sido una cuestión de especulación en cuanto a lo que hizo el etíope después de confiar en Cristo. La tradición dice que regresó a su tierra y fundó la iglesia cóptica de Etiopía. Eso bien pueda ser, pero no sabemos si es verdad, o no. Lo interesante es que siguió gozoso, y eso nos hace saber que estaba meditando en la Palabra de Dios.

5.            LEA LO QUE OTROS HAN ESCRITO ACERCA DE LA BIBLIA

Reconozco que esta gula pueda ser algo peligrosa porque tantas per­sonas dependen simplemente de lo que han dicho otros acerca de la Biblia. Hay tantos libros que han salido hoy en día, los cuales dan mala enseñanza tocante a la Palabra de Dios. Hay que comprobar todo lo que se escribe por medio de la Biblia misma.

Sin embargo, es importante leer un buen comentario sobre cada libro de la Biblia. Se fijarán en que todos los bosquejos que les enviamos con­tienen una lista de ciertos libros que se recomienda para el estudio de cada libro de la Biblia. Hay muchos comentarios que han salido en castellano y el librero en la librería evangélica les ayudará a escoger los comentarios que les servirán de mucha ayuda. En realidad ustedes adquieren así la dulzura y estudio refinado de los siglos cuando leen los libros escritos por hombres que han sido guiados por el Espíritu de Dios. Debemos aprove­charnos de estos.

Hablen también con el librero en cuanto a las concordancias y los diccionarios bíblicos que hay para su estudio bíblico.

Ahora, todo maestro y predicador del Evangelio tiene una colección de libros que estudia y que son de mucha importancia. Alguien preguntará, ¿debo repetir palabra por palabra el texto que otro ha escrito? No, eso nunca se debe hacer a menos que nombre la obra que se copia. Pero, sí tiene el derecho de usar lo que otros han escrito. Me han dicho que unos de los mensajes míos son predicados por otros, y a veces no reconocen al autor de ninguna manera. En cuanto a mí, no me importa pero sí revela el carácter del individuo que hace uso de una materia ajena citándola palabra por palabra, y no la reconoce. Un profesor en el seminario resolvió este problema de la manera siguiente. Cuando le pregunté si debiera citar a otros escritores, o no, le decía, “Usted debe pacer en los pastos de todos, pero debe dar su propia leche.” Y eso quiere decir que han de leer lo que otros han escrito, pero es esencial que lo mediten bien para expresarlo del modo suyo. Sí, tienen el derecho de hacer eso. Lo importante es que debe­mos aprovecharnos del estudio de otros hombres sobre la Palabra de Dios.

6.            OBEDEZCA LA BIBLIA

Para el entendimiento y el estudio de las Escrituras, la obediencia es esencial. Abram es un ejemplo de esto. Dios se le apareció cuando le llamó a salir de Ur de los caldeos, y de nuevo cuando estaba en la tierra prometida. Mas Abram huyó a Egipto cuando hubo hambre, y durante este tiempo Dios no tenía ninguna palabra para él. No fue hasta después de que Abram regresó a la tierra prometida que Dios se le apareció de nuevo. ¿Por qué? Por falta de la obediencia. Hasta que Abram obedeciera lo que Dios ya le había revelado, Dios no estaba dispuesto o revelarle una nueva verdad. Y así sucede con nosotros. Cuando obedecemos, Dios nos revela verdades nuevas.

Aún el Evangelio, el cual es dado para salvar nuestras almas, es dado para que lo obedezcamos. El documento más grande que ha sido escrito sobre el Evangelio es la epístola a los Romanos. Creo que encierra entre comillas el tema de la obediencia. Comienza con la obediencia en Roma­nos 1:5:

Y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre.

Y al final de la epístola, Pablo vuelve a la obediencia en su capítulo 16, y el versículo 26:

Pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe.

“Para que obedezcan a la fe” son las últimas palabras de Pablo en esta epístola. ¿Qué queda entre las comillas de la obediencia? Pues, nos presenta el documento más grande sobre lo que es el Evangelio, la gran sección doctrinal y la gran sección práctica. Verán que la última parte tiene que ver con deberes, lo que hemos de hacer. Pablo puso este asunto de la obediencia como unas comillas al Evangelio.

“Para que obedezcan a la fe”. Esto es donde se desviaron Adán y Eva. Ella no sólo escuchaba a Satanás, el enemigo de Dios, sino también deso­bedeció a Dios.

Obedecer a Dios es muy importante y debemos reconocer que Dios no continuará revelándonos verdades si llegamos a ser desobedientes. Debemos obedecer la Biblia si es que pensamos sacar provecho de la lectura de ella.

La obediencia también es importante porque hay personas que juzgan la cristiandad por la vida suya, y la mía, y nos miran hoy en día. Cowan bien ha dicho, “La mejor manera de defender el Evangelio es por vivir una vida digna del Evangelio.” Aquella es la manera de probar que es la Palabra de Dios.

Cuatro predicadores discutían los méritos de las varias traducciones de la Biblia. A uno le gustó mejor una versión porque tenía el lenguaje simple y bello. A otro le gustó aún otra porque era literal y dijo que llegó más próxima al texto hebreo y al griego. A otro le gustó una traducción moderna por su vocabulario corriente. El cuarto predicador quedó callado. Cuando le pidieron que expresara su opinión, contestó, “Me gusta mejor la versión de mi madre. La traducía a la vida, y era la versión más con­vincente que jamás he visto”.

Recordarán que Pablo escribió a los corintios:

Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, co­nocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón. (II a Corintios 3:2, 3).

¡Cuán importante es obedecer la Palabra de Dios, obedecer la Biblia! Yo creo que hoy día los que son miembros de iglesias perjudican más la cristiandad que cualquier otro grupo. Esa es una de las razones hoy por la cual vemos toda esta rebelión fuera de la iglesia. Rebelión contra el establecimiento es rebelión contra la iglesia porque ella es el establecimien­to. En un cartel que se llevaba durante una marcha de protesta se escri­bían cuatro palabras: “Iglesia —No; Jesús —Sí”. Francamente, no hay duda de que las vidas que llevan muchos cristianos causan que se aparten muchos de la iglesia hoy en día. Había un abogado en Inglaterra hace años a quien le preguntaban porqué no llegó a ser cristiano. Les respondió así, “Yo también podría haberme llegado a ser cristiano si no hubiera conocido a tantos que profesaban ser cristianos”. ¡Que lástima! Hemos de examinar nuestras vidas respecto a esto. ¡Cuan importante es obedecer la Palabra de Dios!

7.            PARTICIPELA A OTROS

No sólo lean la Biblia; no sólo mediten en ella; no sólo lean lo que otros han escrito acerca de ella, sino también particípenla a otros. Eso es lo que debemos hacer. Creo que llegarán a un punto de saturación en el estudio de la Palabra a menos que la participen a otros. Dios, por alguna razón, no les dejará retirarse de los hombres y llegar a ser un tipo de enciclopedia bíblica ambulante, sabiéndola toda mientras los demás que­damos ignorantes. Es por esa razón que declaró:

No dejando de reunirnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. (Hebreos 10:25).

Dios nos ha mandado a ser testigos. Dijo, “Y me seréis testigos.” No dijo que hayamos de ser eruditos, ni enciclopedias ambulantes, ni libros de memoria. Hemos sido llamados a ser testigos hoy en día, y por lo tanto debemos de participar la Palabra a otros.

Aprendí esta lección cuando estaba en el seminario. Servía de pastor en una iglesia pequeña igual como también servían cinco de mis compañeros. Descubrimos al graduarnos que nos habíamos adelantado un año, por lo menos, a los otros miembros de la clase. ¿Por qué? ¿Éramos más inteligen­tes que los otros? No. Era porque habíamos participado lo que aprendía­mos a otros. Dios hacía afluirnos mucho más que lo haría de otro modo.

Mi amigo, particípela.

Estas, luego, son las siete guías básicas que debemos seguir al tomar en las manos la Palabra de Dios:

1.            Empiece con oración,

2.            Lea la Biblia,

3.            Estudie la Biblia,

4.            Medite en la Biblia,

5.            Lea lo que otros han escrito acerca de la Biblia,

6.            Obedezca la Biblia,

7.            Particípela a otros.

Fuente: http://wesley.nnu.edu/espanol Usado con permiso.

 
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